... Otra noche sin electricidad. Vivir en Venezuela es un privilegio solo hasta que el régimen de Maduro hace desastre y nos convierte prácticamente en un pueblo fantasma.
Desde el 5 de marzo cuando ocurrió el primer “apagón nacional”, ya perdí la cuenta de cuántos van hasta ahora, nuestras vidas cambiaron totalmente, la angustia se apoderó de nuestros casas, donde nos toca sortear que haya agua potable y por supuesto electricidad: las neveras están vacías, no solo porque no hay comida sino porque se dañan. Conseguir medicamentos y poder págarlos es una locura.
El caos se apodera
Si algo positivo podemos sacar de esta situación es que aprendimos a vivir un día a la vez. Aún no sale el Sol, son las 5.00 de la mañana y voy a la calle, encomendada a Dios, para hacer la cola en la estación de servicio más cercana y poner gasolina a mi vehículo, las horas pasan y la fila rueda, ya son las 10 dela mañana algo pasa, se ha paralizado la cola, me bajo a preguntar y cuando ya me faltan 6 carros para llegar la “gasolina se termina” en vez de ponerme a llorar de la impotencia, dejo estacionada mi camioneta y me voy a protesta ra escasos metros donde se protagoniza una manifestación en el marco de la Operación Libertad, que lleva adelante Juan Guaidó.
El Sol inclemente, la temperatura cercana a 37 grados centígrados, pero todos animados haciendo saber con carteles y gritos nuestra inconformidad con lo que sucede. Termina la protesta y voy a otra estación de servicio, aún no llega la electricidad a mi casa, allí de nuevo hago la cola para poner gasolina y 3 horas después también anuncian que se ha terminado. Quiero llorar de la impotencia, apenas y puedo rodar hasta mi casa. Mi día, totalmente improductivo y al final mi carro sin gasolina. Mañana será otro día.
En medio de la loca situación en la que vivimos, donde la mayoría de los venezolanos muere de hambre y sin suministros médicos ante la grave crisis del sector salud, otros - un grupo reducido, quizás enchufados- hacen su vida social como si nada sucediera, hay supermercados en los qué hay de todo, pero tan costoso que es casi imposible adquirir los productos.
En esta paradójica realidad los venezolanos intentamos sobrevivir: un kilo de huevos cuesta un salario mínimo, la carne y el pollo son artículos de lujo, no decir de los embutidos y los mismos enlatados.
En la panadería una señora no le alcanza para pagar dos panes y jugo pequeño, veo su angustia revisando su rota cartera buscando, de donde sacar más, le digo: señora yo le completo tranquila. Me mira y con lágrimas en los ojos me abraza: “gracias señora, Dios le pague, tengo un día sin comer nada”. Siento que el corazón se me encoge y arranco a llorar con ella, le comparto parte de lo que llevo y la acerco hasta la parada del autobús.
Hay días en los que dormir y tomar agua fría sería un regalo casi como un viaje a las islas griegas. No nos merecemos los que nos ha tocado experimentar, por eso seguimos apostando por una mejor Venezuela, guerreando en las calles, exigiendo nuestros derechos y dejándole claro al régimen -aunque poco le importe- qué protestar no es un delito, que está amparado por el artículo 53 de la Constitución Bolivariana de Venezuela.
Hoy Venezuela le grita al mundo que no nos dejen solos, que nos sentimos secuestrados y que a pesar de nuestros esfuerzos por liberarnos seguimos presos de un régimen cuya política es la mitomanía, el irrespeto y el atropello.
Sabemos que la Aurora de la Victoria llegará y mientras tanto trabajamos para celebrarla...
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Malena Soto @malenasoto