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De la vida sin pantallas a la revolución de la IA

De la vida sin pantallas a la revolución de la IA

La evolución tecnológica nos conecta con nuevas posibilidades y mantiene viva nuestra historia.

La evolución tecnológica nos conecta con nuevas posibilidades y mantiene viva nuestra historia.

Estamos viviendo un momento histórico único: la transición entre el mundo analógico en el que crecimos y el futuro digital e inteligente que ya está tomando forma. 

Somos las últimas generaciones que recordarán una vida sin internet, sin smartphones y sin la omnipresencia de las pantallas. Hemos sido testigos de una transformación que ha cambiado la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos, y ahora estamos en el umbral de otra disrupción: la inteligencia artificial, en inglés AI.

Crecí en una época en la que la televisión a color ya existía, pero en mi casa solo había una en la habitación de mis padres. No teníamos televisores en cada rincón de la casa ni acceso ilimitado a contenido. Mi madre controlaba estrictamente el uso de la televisión, que consideraba más una herramienta educativa que una fuente de distracción. Este enfoque contrasta enormemente con la realidad actual, donde los niños están expuestos a un flujo incesante de contenido digital desde edades muy tempranas.

Recuerdo con nostalgia los días en los que el entretenimiento no venía de una pantalla. Jugar en el parque, montar en bicicleta, leer libros en cualquier sitio o visitar la biblioteca local eran actividades diarias. No había consolas de videojuegos ni internet, y la tecnología llegaba de manera lenta y gradual.

Mi primer gran “avance tecnológico” fue un radio reproductor Aiwa, que luego fue reemplazado por un Discman Sony. Escuchar mis discos favoritos era toda una experiencia, y había que tener cuidado de no moverse demasiado para que el CD no saltara y se rayara. Estos pequeños avances tecnológicos eran revolucionarios en su momento, pero se sienten casi prehistóricos comparados con la tecnología actual. De hecho, mis hijos se asombran cuando les cuento.

La llegada de la primera computadora a mi vida fue todo un acontecimiento. Era blanca y ocupaba buena parte del escritorio, y su velocidad era desesperantemente lenta. Esperar a que cargara una página o un programa requería una paciencia que hoy en día sería impensable. Tampoco existía la conectividad que tenemos ahora. Sin internet rápido, sin aplicaciones ni redes sociales, una computadora era poco más que una herramienta para escribir o jugar juegos básicos como solitario o tetris.

Mi primer teléfono móvil lo obtuve al graduarme de la universidad. Era grande, pesado y tenía una antena que había que extender para mejorar la recepción. Las funciones eran limitadas: hacer llamadas y enviar mensajes de texto. Aun así, para mi era un símbolo de independencia y modernidad. Desde ahí, la tecnología avanzó a una velocidad vertiginosa. Llegaron las primeras plataformas de mensajería, como el MSN Messenger y el ICQ, y pronto Facebook, WhatsApp e Instagram transformaron para siempre la forma en que nos comunicamos y conectamos con el mundo.

Hoy, los smartphones no solo son dispositivos de comunicación, sino verdaderas extensiones de nuestras vidas. Nos permiten conectarnos con personas, realizar tareas laborales, entretenernos y estar al tanto de lo que sucede en cualquier rincón del planeta. Sin embargo, también nos han atrapado en un ciclo constante de información y contenido.

A través de plataformas como TikTok, somos bombardeados con videos e imágenes sin fin, lo que plantea preguntas sobre la calidad de nuestro tiempo y cómo usamos la tecnología en nuestras vidas diarias.

Curiosamente, en China, donde se originó TikTok, su uso está súper restringido que en el resto del mundo, lo que nos invita a reflexionar sobre cómo diferentes culturas manejan el impacto de las redes sociales. Ahora, estamos en la era de la inteligencia artificial (IA). Lo que alguna vez fue material de ciencia ficción es parte de nuestra realidad cotidiana. Los algoritmos impulsan gran parte de nuestra experiencia en línea, desde las recomendaciones en plataformas de streaming hasta asistentes de voz como Siri o Alexa.

Pero lo que hemos visto hasta hoy es solo el principio. La IA está comenzando a revolucionar industrias enteras, desde la salud, donde ya se utiliza para diagnosticar enfermedades, hasta el mundo del trabajo, donde la automatización y los robots están reemplazando ciertas tareas humanas. En 2024, estamos viendo cómo la IA y los sistemas inteligentes comienzan a redefinir todo, desde nuestras profesiones hasta las relaciones humanas.

Las fábricas utilizan robots para tareas repetitivas, y los asistentes virtuales facilitan el trabajo administrativo. Aunque esto está creando enormes oportunidades, también plantea desafíos importantes: ¿Qué pasará con los empleos tradicionales? ¿Cómo nos adaptamos a este cambio masivo? ¿Qué habilidades necesitarán las futuras generaciones para prosperar en un mundo dominado por la IA?

Nos encontramos en una posición única, somos las generaciones puente, aquellas que crecieron sin la omnipresencia de la tecnología y que ahora deben adaptarse a un mundo digital e inteligente.

Recordamos con cariño una vida más sencilla y menos conectada, pero también estamos entusiasmados por lo que la tecnología puede ofrecer. Sabemos cómo es la vida sin ella, y al mismo tiempo, entendemos su poder transformador. Aunque el ritmo del cambio puede ser abrumador, soy optimista sobre el futuro. La IA y la tecnología, en general, tienen el potencial de mejorar nuestras vidas de maneras inimaginables, pero depende de nosotros utilizarlas de manera consciente y responsable.

La clave está en encontrar el equilibrio: aprovechar los avances tecnológicos para ampliar nuestras posibilidades sin perder de vista lo que realmente importa. Al final, la tecnología debe ser una herramienta al servicio del bienestar humano, no un fin en sí misma. Vivimos entre dos eras: la de la vida sin pantallas y la de la revolución digital e inteligente. Y aunque el cambio puede parecer vertiginoso, es también una oportunidad única para ser testigos y protagonistas de una transformación sin precedentes.

Me acuerdo cuando nos llevábamos la máquina de escribir portátil a la universidad y tecleábamos sin parar en las clases de Octavio Salazar. Eso es impensable hoy en día. Todo era tan manual y físico, desde los apuntes hasta los trabajos finales. Hoy en día, los estudiantes cargan con laptops ultraligeras o tabletas, donde todo está al alcance de un clic. ¡Qué cambio! También conservo, por suerte, mi primera cuenta de Hotmail. Ese fue uno de los primeros pasos en la era digital, cuando recibir un correo electrónico era algo especial, no la avalancha de mensajes que recibimos hoy. ¡Qué recuerdos! Es fascinante pensar cómo hemos pasado de lo análogo a lo digital, y ahora estamos inmersos en la revolución de la inteligencia artificial. Hemos sido testigos de una transición única en la historia y, aunque el futuro puede parecer incierto, también es emocionante ver hasta dónde llegaremos.

Ahora, estamos inmersos en una realidad donde la inteligencia artificial y la tecnología han cambiado radicalmente nuestro día a día. Y, honestamente, solo espero y aspiro que en un futuro no muy lejano pueda comprarme mi primer androide para que me limpie la casa y la mantenga ordenada. Algo que hace años habría sido material de ciencia ficción, pero hoy no parece tan lejano. ¡La tecnología sigue sorprendiendo!