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Un mal presagio anunciaba otro caos ‘inimaginable’ en Venezuela

Un mal presagio anunciaba otro caos ‘inimaginable’ en Venezuela

Andrés Corredor y su madre coraje

Andrés Corredor y su madre coraje

 

 Todo comenzó al amanecer el jueves 7 de marzo de 2019, y es que el instinto de una madre nunca falla, bueno, siempre dicen así las sabias mujeres de la tercera edad y más cierto no pudo ser. 

 

Ese día yo, Maday González, amanecí soñando con mi hijo Andrés. Era un sueño que no puedo recordar, era feo, sólo recuerdo cuando me levanté sobresaltada pronunciando su nombre y deseando como nunca abrazarlo y besarlo. Él tiene 17 años y se quedó viviendo en Venezuela con mis padres luego que yo junto a mis hijos más pequeños emigrara al Ecuador. ¿La Razón? Él anhelaba estudiar en la universidad y tomando en cuenta que su padre y yo aún no disponíamos de la solvencia económica necesaria para traerle a estudiar en el país de acogida, entonces decidimos dejarlo al cuidado de mis padres quienes nos apoyaron en esta decisión.

 

Ese 7 de marzo, le escribí temprano antes que saliera a la universidad, le pregunté cómo estaba y él me dijo que bien. Ya me había comentado sobre las grandes fallas de electricidad en nuestra ciudad natal, sin embargo nunca nos imaginamos que el verdadero caos estaba a punto de mostrar su peor cara y mi hijo junto con mi familia tener que verla.  En esa conversación le comenté cuanto quería abrazarlo y besarlo, Andrés lo tomó normal, yo dije: ¡Uy Adolescente al fin!

 

Esas palabras la cruzamos como a eso de las 11 de la mañana y ya sobre las 2 PM no había más conexión, ni de él, ni de familia, no me pareció tan raro, por el racionamiento eléctrico que ya se estaba dando, por lo que opté por esperar pacientemente por volver a ver uno de sus mensajes más tempranos que tarde. 

 

Por la noche ha circulado en redes que el apagón en Venezuela era serio y que al parecer la luz no llegaría hasta el lunes. ¡Imagínense! Desde el jueves hasta el lunes sin electricidad, en una ciudad donde las temperaturas ascienden hasta a 40 grados centígrados. Las transacciones por plataformas computarizadas son vitales, ya sea para comprar comida, agua, medicamentos, entre otros, son netamente digitales, y sin contar el panorama gris que se le venía a más de una persona enferma o internada en algún recinto de salud.

 

Llegó el viernes y yo no podía dormir pensando en mi hijo, no podía comer, trabajar, estar tranquila. Llegó el lunes y la electricidad no era repuesta en mi país, mi estado de nervios aumento al 2 mil % porque desde el jueves por la mañana que crucé esas palabras con mi hijo no sabía absolutamente nada de él. En un lugar donde la delincuencia en esa oscuridad deambulaba haciendo de las suyas no sabía que pensar.

 

Una amiga que fue mi vecina antes de emigrar ella a Colombia y yo a Ecuador, se comunicó conmigo y me preguntó que si había tenido comunicación con mi hijo, le dije que no. Un nudo en la garganta me apretó la voz y le dije entre lágrimas que estaba realmente preocupada por mi hijo. Ella me dio la mejor de las ideas, y orquestó un plan en nombre de la amistad y el aprecio que me tiene para sacar a mi hijo de Venezuela.

 

No podía creer que se viera ‘tan fácil’ tomando en cuenta que mi hijo es menor de edad, ella no era familiar directo y de paso no había el dinero. Pero se trataba de una emergencia, una cuestión de vida o muerte, locura o no, le dije que sí, que echáramos a andar ese plan por que mi urgencia era traer a mi hijo.

 

Mientras tanto la oscuridad seguía reinando en mi natal Venezuela, y en todos los que estamos viviendo en el extranjero, el no saber de nuestras familias, de nuestros seres queridos, era un suplicio que se sentía como que los tenían secuestrados y no llegaba esa llamada para pedir el rescate.

 

Fueron 6 días sin luz, pensamos que era lo peor, en realidad lo peor estaba por venir, y fue el día miércoles bien temprano por la mañana que logré comunicarme con una de mis tías. Le dije que necesitaba que me ayudara a sacar a Andrés, de Venezuela, y que si mi mamá se oponía que la convenciera con palabras bonitas. 

 

El plan se había echado a andar, por gracia de Dios fue mi hermana Merdis, quien necesitaba gestionar un medicamento para ella en Maicao, zona colombiana, le pedí que me lo llevara a la frontera de Venezuela con Colombia aprovechando ese viaje, por lo que la misión de mi tía era llevármelo a casa de esta hermana mía y de allí emprender la ‘huida’.

 

Tenía miedo que mi hijo dijera que no, él amaba estar en Venezuela, estar con sus primos, con sus abuelos, soñaba con graduarse de Ingeniero en Electrónica, se veía vestido de toga y birrete. Pero tales fueron sus penurias que debió huir como a quien lo están persiguiendo para encarcelarlo. Ese plan de ir yo personalmente a buscarlo y ver a mi familia, abrazarla, estar con ellos, se fue al tacho. Los planes cambiaron radicalmente cuando en medio de esa maquiavélica oscuridad mandé a buscar mi hijo sobrecargada de un desespero indescriptible. 

 

El día miércoles 13 de marzo, mi tía y su hijo Kendy a quienes amo profundamente, me escribieron para decirme que mi hijo iba camino a casa de mi hermana para salir al día siguiente a Colombia y de ahí iniciar una travesía que tardaría 18 días. Mi hermana sale con mi hijo Andrés y me lo embarca en un autobús desde Maicao hasta Santa Marta. En este lugar lo esperaría mi amiga, quien armó el plan, y le daría alojo y la cobertura como sí se tratara de un familiar.

 

Se tenía pensado que Andrés saliera junto con llegar a Santa Marta hacia Cali y de allí a Ipiales, pero allí había un ‘nudo’ que retrasaría el viaje grandemente. Luego de dos intentos fallidos por embarcarse en un bus hacia Cali, por cuanto iría solo y le ponía la negativa porque debía viajar con un representante o autorización de nosotros sus padres y como no contaba con ello debió pernoctar dos noches en esta ciudad colombiana.

 

Después de tanta insistencia de mi amiga, ella logró embarcarlo en un bus hasta Bogotá y allá agarró directamente a Cali, todo ese trayecto él lo hizo solito, sólo acompañado de Dios en medio de tantas oraciones que hice, mis ruegos eran constantes, sentía que la vida de mi hijo pendía de un hilo y sólo podía orar para que Dios hiciera su parte.

 

El salió el domingo 17 de marzo a Bogotá y llega a Cali el martes 19, pero cuando aparentemente todo está listo para que el salga por la noche del miércoles 20 a Ipiales, frontera ya con Ecuador, nos enteramos que hay un conflicto con unos indígenas de la zona del Cauca que han cerrado la vía y para rematar mi esposo ya había salido a buscarlo en Rumichaca, parte de Ecuador y de ahí traer a mi hijo sin tanto problema. 

 

Mi esposo tuvo que devolverse con las manos vacías, porque Andrés ni siquiera pudo salir de Cali. A mi hijo, una semana le tocó quedarse por esos lados, donde afortunadamente allí lo recibió otra amiga, ella junto con su familia y le brindaron cobijo, alimentación y lugar para esperar mientras pasaba la protesta indígena.

 

Transcurrieron 5 días y nada, el esposo de mi amiga me dice que el viene hacia Ecuador pero que el pasaje en vez de costar 50 mil pesos, su precio normal, debido a que tenían que desviarse salía en 120 mil. Tengo entendido que había que pagar un peaje para poder circular caminando por la  vía que estaba cerrada, con piedras, escombros y demás.

 

Se le realizó a mi hijo el envío de la plata necesaria para que continuara su viaje y vaya lo que le esperaba. Salieron el día miércoles 27 de marzo, mi hijo con el esposo de mi amiga, y ese día le tocó caminar 6 horas para llegar a Popayán. Fueron 6 horas, en medio sol, con el peso de la maleta encima, sin dónde comer nada y estirando el agua para poder llegar. Y de allí seguir en bus hasta Ipiales. Al llegar a la frontera de Colombia con Ecuador , exactamente el jueves 28 a las 3 AM, no podían cruzar la frontera, debido a que estaba fuertemente custodiada. 

 

Allí no había forma de sellar la entrada, por cuanto estaban exigiendo los antecedentes penales apostillados tanto a mi hijo como al esposo de mi amiga. Esa documentación se supone que para esa fecha ya no la deberían estar pidiendo porque esa medida por petición de la Sala de Admisión de la Corte Constitucional se derogó. Se admitió declinar esta exigencia de pedir a los venezolanos para su ingreso al país inca, su pasado judicial, como aquí le dicen.

 

Sin embargo, inmigración les exigió dicho documento y al no contar con esto debieron tomar otras medidas, las que yo hoy les digo medidas extremas. La solución para continuar su viaje fue pasar por una trocha, la cual desconozco el nombre, y nuevamente debieron caminar por aproximadamente 3 horas más.

 

Al lograr embarcarse en un bus que los llevaría a Tulcán los extorsionaron agentes de la Policía de Inmigración, que debían pagar por cuanto no tenían sellado el pasaporte si querían seguir su viaje, a lo que debieron acceder para continuar. Ya sin dinero prácticamente continuaron, se embarcaron desde el terminal de Tulcán hasta Quito y una vez allí se comunicaron conmigo para decirme que ya no había plata para seguir.

 

A mi hijo aun le faltaba un largo trayecto por recorrer desde Quito a Cuenca, en la Provincia del Azuay, y ya no tenía pasajes. Otra amiga me prestó el recurso necesario y ella misma fue a colocarlo en una agencia de envíos a otra amiga suya que me hizo sudar frío, porque ya eran las casi las 7 PM y ella no aparecía en el Terminal de Carcelén donde se encontraba mi hijo desde la 2 PM esperándola a ella. 

 

Casi caigo en crisis de nuevo, pero ella a la final apareció y le entregó el dinero enviado a Andrés, quien logró embarcarse hacia Cuenca, pero el esposo de mi amiga de Cali, se quedaría en Quito. Hasta ahí era su viaje.

 

Mi hijo continuó solo, llegó el sábado 30 por la madrugada, fue como volverlo a parir, como arrebatárselo a la precaria crisis de Venezuela, fue como estar él y yo entre la vida y la muerte durante esos largos 18 días. Cuando lo volví a ver después de ese tiempo se me asomaron unas lágrimas de felicidad, pero al fin y al cabo estaba regocijada, llena de felicidad porque mi hijo ya estaba bajo nuestra protección, en mis brazos, en su nuevo hogar. 

 

Hoy sólo le agradezco a Dios por tanta bondad, devolvió a mi hijo a mis brazos, completó mi familia nuevamente, me trajo la pieza que faltaba del rompecabezas, fue maravilloso lograr traerlo, pero lo más asombroso fue sin ir nosotros, pero no porque no hubiésemos querido ir, sino que habían muchas circunstancias adversas que lo impendían.

 

Quiero mencionar que esos apagones se han repetido y por más días en Venezuela desde ese 7 de marzo, ahora tener electricidad allá es la excepción cuando debería ser la regla. Sin embargo, aun cuando tengo a mi hijo aquí conmigo, aun así, pienso en mis padres, en mis hermanas, en mis sobrinos, en mis primos y primas que son como mis hermanos, en mis amigas que aún no salen de allá, en mis vecinos que aun están y aun en todos los venezolanos que no conozco. 

 

Por eso, de esta lección de supervivencia que hoy estamos teniendo, espero que aprendamos a valorar lo que un día fuimos, espero que empecemos a cambiar nosotros mismos para llegar a ser lo que un día soñamos, eso no nos va a caer del cielo, ni va a suceder cuando caiga Maduro, eso pasará cuando entendamos que si nosotros no cambiamos nuestro país no cambiará, y eso incluye el no dañar al otro, esto es la clave para superarse en un país que de su prosperidad y de toda su bonanza sólo quedó un recuerdo que hoy en día añoramos para poder volver a nuestras tierras.

 

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Maday González Sencial es periodista y profesora universitaria. Huyó de Venezuela hacia Ecuador por tierra en 2017 en busca del porvenir que se esfumó en su país natal-